Después de 55 años, en su interior había de todo: una chaqueta, un impermeable, botas de agua y bolsas de todos los supermercados de los alrededores
El nido de mayores dimensiones del país ya es historia. Sobre el tejado del campanario de la iglesia de San Francisco, en Guadalén, término de Vilches, ha desaparecido la inmensa plataforma de 2 metros de barro, leña y ramas, que se erigía como bandera y reclamo turístico del poblado de colonización. La atalaya desde la que las cigüeñas blancas llevaban 55 años contemplando con su benévola mirada la vida en la aldea ya no forma parte del paisaje agreste de Guadalén.
El nido había que derribarlo. Sus proporciones, la extraordinaria magnitud del mismo, daban pie a pensar en daños en la torre o en algún desprendimiento irreparable que podría sobrevenir en cualquier momento. Se quería evitar hechos como los acontecidos el pasado día uno de noviembre en la localidad lucense de Villalba (Galicia). Ese día, 'la residencia' de las cigüeñas de la parroquia se desplomó justo cuando los feligreses salían del templo. No hubo víctimas, cuestión que el párroco atribuyó al santoral y al milagro.
Así que, aprovechando la fase migratoria de la pareja de cigüeñas, un equipo técnico de la Agencia de Medio Ambiente, con grúa e instrumental adecuado, procedió al derribo del prodigioso nido. Dos días enteros duraron las operaciones, que ni los más crédulos podían sospechar que del habitáculo salieran cientos de kilo de barro, leña y ramas por doquier, una chaqueta entera, botas de agua, un impermeable o trozos de bolsas de todos los centros comerciales que circundan la zona. En total, comenta Jesús Quiles, concejal de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Vilches, «el peso neto de los contenedores que recogieron los restos del nido se cifró en 2.300 kilos. Una barbaridad».
Y mientras las operaciones se desarrollaban, los lugariegos de Pueblo Nuevo, que así es como se conoce popularmente a Guadalén, seguían atentamente el desahucio, con pena y nostalgia porque, aun admitiendo la necesidad, «el nido significaba mucho para nosotros», aducía Antonia Hervás, una joven de la aldea.
Llegan las aves
No se puede decir, sin embargo, que el tema haya sido tratado con falta de pulcritud o de sensibilidad, que nada más acabar el derribo no sólo se restauró el tejado, mucho menos dañado de los previsto, sino que se procedió a colocar una plataforma plana de buen sustento para que las cigüeñas puedan anidar de nuevo. Bien que lo han intuido que, lejos de esperar a San Blas, la pareja de cigüeñas blancas han adelantado su aparición en la aldea y, tras asimilar el estropicio, ya están dale que te pego edificando su nuevo hogar. Todo para deleite de los guadalenses, que van a seguir disfrutando del porte erguido de estas aves, elegantes ascensos en espiral, crotoreos, vuelos a gran altura, planeamientos y aterrizajes en el nuevo refugio.
Todo un lujo para la vista seguir contemplando la belleza de estas criaturas, que tienen en las proximidades del pantano que da nombre a la aldea la inagotable fuente de recursos nutritivos que les proporcionan las carpas de sus aguas. Tampoco pasa desapercibido para ellas el cariño de los lugariegos, que saben respetarlas, mimarlas y hasta cuidar su entorno natural de convivencia. Tal es el grado de afinidad entre la población y sus joyas naturales, que en San Isidro, fiestas de mayo, los cohetes son lanzados en dirección opuesta al nido y en no pocas ocasiones se han producido enfrentamientos con furtivos que desde la carretera pretendían hacer blanco en la expresión benévola de las aves.
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