Pensamiento de un lector del blog que no ha podido incluirlo como comentario porque le da error.
Gracias por compartir con todos nosotros lo que piensas.
La Navidades se acercan un año más, y cada vez menos se recuerda el motivo por el que nacieron. Ya sé que es un tema recurrente y archirrepetido pero siento como una especie de repelús cuando se acercan estas fechas y también que formo parte de una minoría hacia la que no se dedica ninguna consideración por parte de ningún hijo de vecino.
Todas las opciones sexuales ya se han ganado un respeto. Todas las opciones políticas y religiosas. Si alguien se queja porque se haya hablado de jamón de Jabugo en un colegio donde haya un niño de padres musulmanes, probablemente darán un rapapolvo al profesor por haber sido capaz de herir de esta manera la sensibilidad de un niño.
Si alguien defendiera el salir descalzo a la calle para no pisar las hormigas, criaturas de Dios, el estado habilitaría un espacio donde sus hijos pudieran descalzarse, o de retirar las hormigas con mimo. Si opino que los extraterrestres construyeron las pirámides de Egipto y sometieron a los faraones a operaciones de microneurocirugía, más les vale a los medios de comunicación no reírse de mis creencias.
Si considero que comer con la boca es una convención social que perpetúa las estructuras opresivas del Estado y reclamo mi opción a introducirme el alimento por las fosas nasales como apuesta alternativa, encontraré defensores que se ganarán aplausos del público con su verbo encendido.
Pero si no me gusta la Navidad, si no soporto tal inundación de las cursilerías y las horteradas más revenidas ni ver al reno Rudolph, el de la nariz roja, o el culo gordo del Papá Noel, si no me gusta escuchar las frases presuntamente ingeniosas de personajes con los que no tienes ninguna sintonía pero que estás obligado a reunirte con ellos, entonces ya me pueden ir dando por donde el sol no brilla durante estos días, pues nunca se ha visto sobre la faz de la tierra que a nadie se le haya ocurrido la posibilidad de que exista alguien como yo.
Pero el caso es que existe. Y en cantidad cada vez más nutrida. Mientras tanto recibiré con rostro bonachón esos mensajes y esos powerpoints llenos de campanitas y nievecita animada y de arbolitos de Navidad con estrellitas y toda suerte de deseos dispuestos de forma ingeniosa.
Pero no me hagáis mucho caso. En el fondo me gusta que os acordéis de mí y me mandéis toda esa paz y ese amor de los que estamos tan necesitados y hasta pondré a continuación un vídeo que considero ingenioso. Pero es que me fastidia que se haya pasado tan pronto el año en el que se decía que iba a ver el final del túnel. Ahora ya no se levantan voces que, salvo los daltónicos y los zapaterófilos, se atrevan a decir que ven brotes verdes en la economía.
Las navidades se pasan sin sentir y sintiendo la pérdida de esas personas que perdimos, o sea de los muertos que se nos siguen muriendo todos los días. Entre otros consuelos más o menos estables, nos ofrecen un cierto estímulo para continuar vivos: también ellos tuvieron valor para seguir al pie del cañón, aunque ya sabían que el cañón era una ratonera y que además tenía una puntería infalible. Un cañón cargado con municiones de paciencia.
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