viernes, 26 de noviembre de 2010

La prevención de la violencia

He encontrado este interesante artículo:

La prevención de conductas violentas debe comenzar en la primera infancia, cuando el niño no es más que un bebé. Es una labor compleja, que pasa por el desarrollo de la confianza del niño en sí mismo y en los demás, que la familia puede llevar a cabo con eficacia, ya que en ella se aúnan, como en ningún otro ámbito de la existencia humana, el afecto incondicional y la atención permanente.

Para cumplir adecuadamente su función, los padres y las madres tienen que proporcionar a sus hijos tres condiciones básicas:

Un cuidado atento, adecuado a las cambiantes necesidades de seguridad y autonomía que experimentan los niños con la edad.

Una relación afectiva cálida, que les proporcione seguridad sin protegerlos en exceso.

Una disciplina consistente, sin caer en el autoritarismo ni en la negligencia, que los ayude a respetar ciertos límites yaprender a controlar su propia conducta.

Para valorar la importancia de la familia conviene recordar que en ningún otro contexto es posible encontrar una atención tan continuada y un afecto tan incondicional como el que la mayoría de las personas encuentran en ella. Cuando estas dos condiciones, atención y afecto, se dan adecuadamente, la eficacia de la familia en la enseñanza de normas y límites puede resultar especialmente efectiva. Conviene tener en cuenta, sin embargo, que se trata de una tarea muy compleja, que es preciso ir adaptando en función de los cambios sociales y de los cambios que los niños y niñas experimentan con la edad, y que se desempeña mucho mejor cuando se lleva a cabo como una responsabilidad compartida.

Confianza y empatía

El ser humano nace con la capacidad de aprender distintas formas de relacionarse con el mundo social y emocional que lo rodea: violencia, individualismo, empatía, solidaridad...

Como sucede con el aprendizaje de la lengua, a medida que el individuo crece y adquiere un determinado modelo en relación con las personas más significativas para él, su capacidad para aprender otros modelos de signo muy diferente va disminuyendo, aunque sigue disponible. De ahí que sea tan decisivo el papel que para prevenir la violenciatienen las experiencias que los niños viven con las personas encargadas de su cuidado, con las que establecen los primeros vínculos sociales, aprenden a dar significado al mundo social y emocional, propio y ajeno, y las expectativas básicas sobre sí mismos y los demás.

La mayoría de los niños tienen experiencias que les permiten superar adecuadamente esta primera gran asignatura del desarrollo psicológico, al adquirir una visión positiva de sí mismos y de los demás, necesaria para aproximarse al mundo con confianza, afrontar las dificultades de forma positiva y con eficacia, y obtener la ayuda de los demás o proporcionársela. Todas éstas son condiciones protectoras frente a las posibles situaciones de riesgo psicosocial, incluida la violencia, con las que puedan encontrarse después. En algunas ocasiones, sin embargo, los niños aprenden que no pueden confiar en nadie, desarrollan una visión negativa del mundo, como algo desagradable o imprevisible, y se acostumbran a responder a él con desestructuración, retraimiento o violencia, tendencias que reducen considerablemente su capacidad de adaptación e incrementan su vulnerabilidad psicológica.

Pautas para la primera infancia

Los estudios realizados sobre este tema sitúan en torno a los tres años el comienzo de las diferencias individuales respecto a la conducta agresiva, como un estilo individual de relación que caracteriza a algunos niños. A esta misma edad, los niños empiezan a manifestar comportamientos agresivos con una frecuencia superior a las niñas. Estas diferencias surgen como resultado de los modelos y expectativas básicos desarrollados con anterioridad y a través de los cuales puede prevenirse la violencia, favoreciendo los modelos alternativos, basados en la confianza y la empatía. Los diez principios que se resumen a continuación ayudan a conseguirlo.

1. La familia debe proporcionar tres condiciones básicas: atención continua, apoyo emocional incondicional y oportunidades para aprender a autorregular emociones y conductas.

2. Compartir la responsabilidad de educar, por ejemplo entre el padre y la madre, incrementa las posibilidades de que los niños y las niñas encuentren en la familia el conjunto de condiciones necesarias para su desarrollo.

3. Responder a las demandas de atención del niño con sensibilidad y coherencia lo ayuda a desarrollar un modelo empático, seguro, basado en la confiaza en sí mismo y en los demás. Como ejemplo de dicho principio, y en contra de lo que a veces se cree, cuando se atiende con sensibilidad y rapidez el llanto de un bebé se favorece su seguridad, transmitiéndole la idea de que cuando una persona necesita ayuda puede pedirla y obtenerla. Ésta es una de las lecciones más importantes que pueden aprenderse durante el primer año de vida.

4. Transmitir mensajes positivos que el niño pueda interiorizar para aprender a autorregular su propia conducta. Los pequeños necesitan ayuda para afrontar las dificultades (el miedo, la incertidumbre,
la frustración...) y suelen aprender los mensajes que escuchan de los adultos en dichas situaciones. Para mejorar su capacidad de adaptación frente a la adversidad es preciso que esos mensajes sean alentadores y evitar en lo posible los mensajes de signo contrario.

5. Enseñar al niño a respetar ciertos límites, censurando determinadas conductas y procurando que entienda en la medida de sus posibilidades por qué no son adecuadas y cuáles son sus consecuencias negativas, tanto para él como para los demás. Hay que darles, además, la oportunidad de hacer algo para reparar el daño originado, pero sin cuestionar el afecto que tanto la madre como el padre deben garantizarle de forma incondicional, por lo cual nunca deberán decir al niño que ya no lo quieren.

6. Desarrollar contextos y rutinas de comunicación en los que el adulto esté dedicado exclusivamente a compartir la actividad con el niño o la niña, como los juegos o los cuentos. A través de ambos, pueden transmitirse mensajes positivos, con un final feliz y en los que las acciones de los protagonistas sean previsibles. La repetición de las historias y su utilización como punto de partida para una conversación tranquila entre el adulto y el niño, en la que éste pueda expresar todo lo que le preocupa o interesa y encontrar respuestas adecuadas, incrementa las ventajas.

7. Enseñarle a estructurar su propia conducta, con coherencia, en relación a la conducta de otra(s) persona(s) y aprender significados sociales complejos. Cuando el adulto comparte con el niño determinadas tareas, dejándole participar activamente en ellas, lo ayuda a comprender su significado. La lectura de cuentos antes de que el niño sepa leer o los intercambios vocales entre el adulto y el bebé antes de que éste sepa hablar son dos buenos ejemplos, que representan la base de conductas posteriores de gran complejidad: la lectoescritura y la comunicación hablada. Ésta ultima se favorece, por ejemplo, cuando el adulto se muestra sensible al carácter intermitente del balbuceo del bebé y ocupa sus silencios con frases, como si el balbuceo tuviera intención comunicativa. Así, la persona adulta contribuye a que el pequeño adquiera dicha intención y aprenda a intercambiar los dos papeles implícitos en el lenguaje hablado: el de quien habla y el de quien escucha, una de las primeras secuencias de interacción recíproca, a través de las cuales el niño aprende a estructurar su conducta con coherencia en relación a la conducta de otra persona.

8. Ayudarlo a desarrollar la motivación de eficacia. Desde el final del primer año de vida, el niño sabe que su conducta le pertenece y comienza a desarrollar la capacidad de dirigirse hacia objetivos. Así empieza a desarrollar el sentido de su propia eficacia, del poder de influir sobre el entorno con éxito, cualidad de una gran relevancia en la calidad de la vida de los seres humanos. Las deficiencias en esta importante tarea evolutiva incrementan el riesgo de violencia en edades posteriores, al aumentar la necesidad de conseguir atención y protagonismo de forma negativa. Para prevenirlo y favorecer el sentido de eficacia, conviene ayudar al niño a plantearse objetivos realistas, elegir medios adecuados, esforzarse en su logro superando los obstáculos que con frecuencia aparecen y valorar los resultados con optimismo.

9. Anticiparse a las conductas agresivas o rabietas y favorecer alternativas, en situaciones como las que se originan cuando el adulto está dedicado al hermano menor y el mayor trata de conseguir su atención a través de conductas negativas. Para prevenirlo conviene, como sucede en edades posteriores, dar protagonismo al mayor en esos cuidados, haciendo que se sienta importante y eficaz en esos momentos.

10. Cuidar los mensajes que los niños y niñas reciben de forma indirecta (a través de la televisión, los juguetes, los cuentos...) para que sean coherentes con los valores que los padres queremos transmitir, puesto que también influyen en el significado que aprenden a dar al mundo que los rodea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario